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sábado, 14 de mayo de 2016


Editorial: Falsos dilemas

En la segunda vuelta, los candidatos fuerzan demagógicamente oposiciones entre opciones que en realidad no se excluyen.

                 Editorial: Falsos dilemas
                       (Foto: Archivo)


La segunda vuelta puede ser vista como un dilema. Los electores están ante dos opciones que se excluyen mutuamente y, aunque el voto blanco o viciado es un recurso disponible, el resultado será siempre el triunfo de alguno de los dos candidatos que compiten en ella.
Eso, por supuesto, no quiere decir que todo lo que se ventile en esa segunda parte del proceso electoral tenga esa misma naturaleza dicotómica. Pero llevados por el facilismo de recoger votos con esa lógica, muchas veces los postulantes tratan de plantearla donde no existe.
El mecanismo es simple: se establece una virtud –real o supuesta– y mientras el candidato que la nombra se identifica plenamente con ella, se sugiere que el otro postulante constituye su antítesis. Se producen así dramáticas disyunciones entre, digamos, lo peruano y lo extranjero, o lo democrático y lo autoritario; y se las convierte en argumentos absolutos para respaldar al aspirante presidencial que está del lado amable de la contradicción y descartar a su antagonista.
“Nosotros gobernaremos en democracia, no va a haber dictaduras, porque en el Perú estamos cayendo en una dictadura. El Parlamento tiene mayoría absoluta de un solo partido a raíz de esta elección. Tenemos que equilibrar los poderes del Estado, sino de aquí vamos a regresar a una autocracia y eso es muy peligroso”, ha señalado por ejemplo Pedro Pablo Kuczynski, en referencia a los 73 representantes con los que contará el fujimorismo en el próximo Congreso. 
¿Pero es lo mismo tener mayoría en una determinada conformación de la representación nacional que ejercer un gobierno dictatorial? Evidentemente, no. Si así fuera, muchos países europeos que tienen regímenes parlamentarios –y precisamente necesitan que exista una mayoría para formar gobierno– no calificarían como democracias. El que en una realidad como la nuestra el Ejecutivo y el Legislativo sean manejados por un solo partido puede merecer una vigilancia estrecha de parte de la oposición para asegurar que el contrapeso de poderes se cumpla, pero está lejos de constituir una tiranía.
En Fuerza Popular, no obstante, también tienen lo suyo cuando de esquematizar la situación de sus contendores se trata. Sobre el plan de gobierno de su opositor en el balotaje, por ejemplo, Keiko Fujimori ha fustigado que “se hizo desde un escritorio”. A la par, el vocero Pedro Spadaro ha dicho también que los tecnócratas de un gobierno fujimorista se “ensuciarían los zapatos” e irían “a ver al pueblo” para conocer sus problemas “no desde Palacio, sino en el campo”. Un transparente intento de desmerecer las ventajas comparativas que podrían suponer los títulos y la experiencia académica de los profesionales que acompañan a Kuczynski o los del candidato mismo.
Pero, aparte de que no hay economista o ingeniero que no se haya formado en los claustros universitarios, es evidente que el conocimiento técnico no se opone al del terreno, más aun cuando la recolección de datos caso por caso desde el gobierno tiene un límite en alcance y eficacia. ¿Por qué, entonces, hacer de la distinción entre esa forma de trabajo y la que depende de una aproximación estadística o con datos agregados a la realidad un dilema absurdo?
Otra especie descalificadora que hemos escuchado en estos días es la lanzada por la propia señora Fujimori acerca de la falta de ‘autoridad’ de su contendor “para hablar del tema del terrorismo porque, cuando estuvo en Ayacucho, confesó que él se fue del Perú por miedo y porque lo consideraba peligroso”.
Pero la verdad es que haber dejado el país por las dificultades en las que la violencia terrorista lo sumió durante más de una década no le quita a nadie el derecho a opinar o proponer soluciones al respecto. Con ese argumento, podríamos terminar negándoles también el derecho de elegir y ser elegidos a los peruanos que viven en el extranjero. Permanecer en el Perú durante esos años requirió sin duda de gran coraje, pero no constituye una condecoración que hoy les tendría que permitir postular legítimamente a unos y no a otros. 
Formular así las cosas, en consecuencia, es solo simplificar la realidad con estrechas miras electorales: una frivolidad que afecta por igual a las dos candidaturas en liza y que hace temer que el principal de los falsos dilemas actuales sea el que plantea la segunda vuelta en sí misma.

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