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sábado, 21 de mayo de 2016


Editorial: Primero como tragedia, después como farsa

La crisis económica provocada por el régimen chavista en Venezuela alcanza niveles absurdos con Nicolás Maduro.

                   Editorial: Primero como tragedia, después como farsa
                           (Foto: AFP)


A diferencia de las personas que eventualmente mueren cuando se deteriora sustancialmente su salud, los países –dicen algunos– siempre pueden estar peor que antes pero permanecer aún vigentes. No hay fin para su posibilidad de deterioro.
La reflexión es especialmente crítica en el caso de Venezuela. Si bien la estructura productiva de su economía empezó a erosionarse ni bien Hugo Chávez asumió el poder en 1999, después de su fallecimiento en el 2013 los resultados económicos y sociales del país han sido dramáticos. 
Durante el 2014 su PBI se contrajo en 3,9%. Al año siguiente lo hizo en 5,7%. Y como no hay límite para el menoscabo de los países, se estima que durante el 2016 la contracción alcanzará 8% del PBI. El FMI proyecta que, entre los años 2013 y 2018, la producción habrá caído en nada menos que 23%; un resultado similar al de una nación en estado de guerra.
Justamente, una de las características del estado de guerra es el aprovechamiento político del enemigo –real o imaginario– como el causante de las carencias y penurias por las que atraviesa el país afligido. La batalla que dice librar el actual presidente venezolano, Nicolás Maduro, en contra de la oligarquía, Estados Unidos, el imperialismo, los acaparadores y los especuladores, consiste en insistir y en profundizar las medidas económicas que a estas alturas han demostrado su ineficacia más allá de toda duda. 
Como recuerda el filósofo esloveno Slavoj Zizek, la justificación de algunas repúblicas soviéticas para su fracaso económico era que la revolución no falló porque fue demasiado lejos, sino porque no fue suficientemente lejos. El eco que ello encuentra en la revolución bolivariana actual no puede ser más pertinente. 
El desdén que demuestra el gobierno del señor Maduro por la inversión privada y los mecanismos de mercado ha superado ya el de su antecesor en el cargo. Al “ordenar” tomar las plantas paralizadas por la falta de insumos para producir, y amenazar con pena de cárcel a los empresarios que se nieguen a trabajar a pérdida, el presidente revela su insistencia en la idea de que las fuerzas del mercado deben ser sometidas, que los controles de precios y sus decretos derogan las leyes de la oferta y de la demanda, y, en fin, que la creación de riqueza se logra a través de la fuerza y no de la libertad. Es como creer que una planta crecerá más, no si se le riega y echa abono, sino jalándola por el tallo. 
El señor Maduro, sin embargo, no solo ha profundizado en los métodos de coerción en contra de los empresarios grandes y chicos, sino que se ha ocupado de fortalecer el poder del Ejecutivo para asegurar que el socialismo del siglo XXI se mantenga vigente, a la vista de un Parlamento hoy controlado –por elección popular– por la oposición. Además de dos leyes habilitantes que le permitían legislar por decreto, el presidente decretó tres estados de excepción regionales, un decreto de emergencia económica, y el más reciente estado de excepción que se suma a una prórroga del estado de emergencia económica. Ni siquiera Chávez usó esta última medida conjunta.
Para Venezuela, las similitudes con el estado de guerra incluyen también las consecuencias de estas políticas y retóricas: falta de alimentos, inseguridad galopante, apagones y, sobre todo, incertidumbre. La destrucción del aparato institucional y económico de Venezuela no será fácil de recuperar.
Parafraseando a Karl Marx y su interpretación de la historia, Zizek tituló una de sus obras con la frase “primero como tragedia y después como farsa”. Si el legado de Hugo Chávez califica como la primera, el del señor Maduro calificará como la segunda. 

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